Hablemos de... Carol
Según Peter Travers de Rolling Stone, el cineasta Todd Haynes (I’m Not There) (Far From Heaven) tiene la cualidad de abrir un universo del deseo tácito, y ¿saben qué? Carol lo refleja en su máxima expresión. Adaptación cinematográfica de la novela The Price of Salt, escrita por Patricia Highsmith, representante de la novela negra estadounidense que, irónicamente, con su exaltación de un amor lésbico con indicios de final feliz, llegó a ser en su tiempo, absolutamente innovadora, ya que la novela queer solía tener finales desafortunados. Ambientada en Nueva York en los años 50, justo al comienzo de la era conservadora de Eisenhower, la veinteañera Therese Belivet (Rooney Mara), quien nos cuenta de viva voz: “Apenas sé qué ordenar para almorzar”, mientras trata de encontrar su lugar en el mundo, como la mayoría de los veinteañeros comprenderemos; conoce a Carol Aird (la gran Cate Blanchett), una elegante ama de casa, entrada en los 30, que se encuentra en proceso de divorcio y en medio de una batalla legal por la custodia de su hija de cuatro años. Desde el primer intercambio de miradas, su encuentro está cargado de una electricidad callada pero innegable, la cual se profundiza a través de la curiosidad de la una por la otra, haciendo su vínculo cada vez más fuerte. El espectador, adelantado a las protagonistas, de alguna manera ve, y sobre todo siente, en qué dirección irán. Si analizamos bien la anécdota, es muy básica: Dos personas se enamoran habiendo obstáculos de por medio; sin embargo, la forma en la que está contada más allá de los diálogos, a través de las actuaciones, es lo que la hace fascinante.
Independientemente de su historial de películas con temática homosexual, Haynes es, ante todo, un gran director de actores y época, cuestiones que se ven proyectadas, primero, en actuaciones sublimes por parte de Blanchett y Mara, manifestadas en el poder de sus silencios y miradas, las cuales se desarrollan en un mundo de apariencias y doble moral en el que era necesario utilizar máscaras que ocultan emociones que en su momento sólo salían a la luz en voz baja y en la intimidad de una habitación; y segundo, en la atmósfera del Nueva York de los años 50 reconstruida por el cineasta con tal precisión y estética que transporta a la audiencia cual máquina del tiempo.
Como romántica empedernida que soy, les puedo decir que da gusto encontrarse con películas como esta, donde el espectador la cree y la siente de principio a fin.

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